domingo, 9 de noviembre de 2014

Losing My Religion.

Creí escucharte reír. Creí escucharte cantar. Creo que pensé que te ví intentarlo, mientras sonaba un dulce Losing My Religion de fondo, y la alegría era palpable entre líneas y versos.
Creí haberte visto ver todo lo que un día no pude, o no pudiste.
Creí saberme inmortal entre aquellos acordes y perderme en aquella galaxia vacía en tus ojos, sin lluvias de estrellas a la vista ni meteoritos impactando en mi epicentro.

Creí haber podido tocar con mis manos la serenidad y haber jugado con la armonía entre mis dedos, haberla moldeado hasta convertirla en la melodía más bella del mundo.
Creí haber confiado en las musarañas de tu cabeza, en las humedades de tus paredes y no haberme hundido con ellas.
Creí haberme perdido entre paradas, esperando el siguiente tren, para por fin, cogerlo, y no dejarlo pasar, como siempre.
Creí haber amado algo digno de amar.
Y nunca creí haberme decepcionado.

Mírame, esta soy yo, perdiendo la fe.

Cada susurro, de cada momento que estoy despierta, estoy eligiendo mi confesión.
Tratando de no perderte de vista, como una idiota herida, perdida y ciega.
Esto es solo una trampa.

Nunca creí haber luchado y rendido, ni dar más de una mitad, nunca creí que mis mecanismos funcionaran por dos y acabaran quedándose en nada.
Que no se puede dar más de lo que uno tiene sin monedas de cambio ni de vuelta.
Que los imposibles siguen siendo inalcanzables y no debí creerme capaz de conseguir aquella victoria.

Que aún seguimos ejecutando aquella novena sinfonía de Beethoven en Gran Bretaña, día tras día.
Que aún seguimos matando el tiempo a hachazos y que nunca dio resultado.
Porque el reloj siempre fue un paso por delante de nosotros y nunca se dejó atrapar.
Llenando el vaso de dudas y sin ninguna respuesta a la que aferrarse.
Desplazarnos en el abismo sin nadie que nos sacara a bailar.
Y pisarnos los pies,
y las razones,
y los sentimientos,
y el arrepentimiento.
Y salir airosos de una guerra que nunca tuvo fin, ni principio.
Ni salidas.
Nada de pasadizos secretos en tu huida. Ni de atajos para partir.
Y aún no he dicho suficiente.

Y tirarme de todos tus aviones sin paracaídas, sin nada que salvar.
Coleccionista de piedras durante el camino, de corazones cada vez más rotos, de hogueras que no llegaron a apagarse, y en las que solíamos saltar continuamente;
añadiendo fuego al humo.

Coleccionista de deudas, aumentando los intereses, reduciendo los gastos, solo para subirlos hasta las nubes, en cualquier momento, y ser un corrupto más en tu vida.
Aquel día en que la Gran Depresión Americana de aquel 29 de octubre de 1929 no tuvo nada que ver con nuestra caída.

Coleccionista de perfecciones cada vez más imperfectas y a su vez imperfecciones que siempre conservaron su perfección. Y la conservan, tan intacta que apenas sabes por qué sigue estando ahí. O por qué lo estuvo. Y si siempre lo estará. De alguna forma, sabes que no debe. Que no debes.
Pero al fin y al cabo, bicho malo, nunca muere.

¿Y qué pasaría si todas esas fantasías vinieran, sacudiéndose?

Ten en cuenta esto; el truco del siglo.
Ten en cuenta esto; el resbalón que me puso de rodillas, fracasó.

Y aún creo que pensé que te ví intentarlo.

Pero eso fue, simplemente, un sueño.

Inténtalo.



Ahora, he dicho demasiado.

@MariaTBLennon

No hay comentarios:

Publicar un comentario