sábado, 18 de marzo de 2017

Carta sin remitir.

Hubo un día en el que me prometí que nunca más volvería a escribir sobre ti.
Es por eso que llevo tanto tiempo sin escribir que las manos me queman,
que mi cabeza está hecha un caos porque no he sido capaz de ordenar mis ideas.

Es por eso que el blanco del papel me empezó a dar vértigo, y cada vez que intentaba perderme en él acababa perdida en algún lugar tan dentro de mí que ni siquiera he logrado reconocerlo.

Porque aún no puedo hablar de mí sin hablar de ti.
Pero no he podido aguantar más.

He pensado en escribirte cartas, solo para verlas arder.
Para sacar las palabras de mí y dirigirlas con remitente al viento.
Aunque lo esencial se quede aquí para siempre.

Y en las noches más oscuras siempre te veo danzar por mi mente como un relámpago que no cesa.

He sentido pánico al pasar por todos aquellos sitios en los que un día fuimos.
Y he intentado ignorarlos para evitar revivirte a cada paso, con cada huella.

Porque todavía me asusto si creo que vas a venir.
Porque aún no he conseguido acostumbrarme a tenerte tan cerca y tan lejos a la vez.
Ni desprenderme de esta rutina de trenes y atropellos.

Te he buscado en labios ajenos y he intentado ocultarme en brazos que no daban calor, y en vez de taponar tu ausencia la he subrayado con luces de neón.

Quizá esto nunca entendió de amor y quizá haya errores que no pueden entender de rectificaciones.

Nos empeñamos en corregir algo mal escrito, con mala letra y muchas faltas.
¿Que podíamos esperar de una historia así?
Al final del cuento siempre ganan los malos, y nadie come perdices.

Siento que nos hayamos robado tantas horas pidiéndole tiempo al tiempo.
Solo un poco más...
Siento haber perdido tantos minutos creyendo en treguas que más bien eran un placebo.

Que la vida nos cambiase de canción cada vez que lográbamos seguir su ritmo.

Puede que al final de esta función al fin y al cabo no nos mereciéramos los aplausos pero tampoco fue un fracaso absoluto.

Simplemente no interpretamos bien nuestro papel, o quizá se nos olvidó improvisar de vez en cuando, qué más da.

He intentado ceñirme a un guión que no tenía destino, ni causa.

Y aunque haya un día que dejes de dolerme, seguirás entre mis páginas pues si de algo estoy segura es que durante mucho tiempo serás mis poemas más amargos.

Ojalá hubiésemos sabido encontrar el equilibrio justo entre la cordura y la locura.
Pero pecamos de ambas cosas sin entender de ninguna.

Ojalá no estuviese aquí escondiendo entre líneas tu nombre.
Porque no soy capaz de pronunciarlo sin que me duelan los labios.

Ojalá algún día todo esto merezca la pena por algo, y pueda cobrar un sentido.
Ojalá nunca sea tarde para arreglar y coser los rotos.

Ojalá pueda corregir todo lo que no hicimos bien en alguien que sepa abrazarme sin rascarme las heridas.
Si no que sepa curar hasta hacerme olvidar que están ahí.
Sin desear siempre que ese alguien seas tú.

Ojalá aún sea todavía.

Una vez más, me limpio todas estas lágrimas, me hago un torniquete
-ya soy toda una experta-
para recordarte que yo no quería que te convirtieras en recuerdo.
Que no quería convertirme en unas simples ruinas.
Que aunque muchas veces me pregunte por qué, aquí está tu casa aunque ya no puedas llamarla hogar.

Aún no he conseguido que deje de salir el sol desde tu ventana todavía.
Estoy en ello.
Lo cierto es que empiezo a echarlo de menos.
Por mucho que nunca acabe de echarte a ti.

Atentamente: un recuerdo.