martes, 9 de octubre de 2018

Paz.

Justo cuando había perdido el amor en alguna parte que ya había olvidado…
Ella, como si de una casualidad se tratase aparece,
consiguiendo que todo lo malo parezca mejor,
pintando un cielo sobre el infierno,
haciendo crecer un jardín en el desierto,
trayendo paz a mi guerra,
escondiendo un poco de esperanza en cada una de sus pecas.

Y todo lo demás queda atrás,
el ruido sordo,
las tardes de domingo en bucle,
el miedo a lo desconocido.
El miedo.

Aparece como si siempre hubiera estado detrás de mi oreja,
esperando un golpe de suerte que la sacase de ahí.
Tal y como si solo la magia tomase la palabra y yo me quedase muda.

Y la vida se para,
expectante,
como cuando contienes la respiración al mirar algo que sabes que te cambiará la vida,
y no hay vuelta atrás.

La pieza que faltaba para completar al puzzle.
La canción que no dejaba de sonar en tu cabeza, y de la que por fin,
conoces el nombre.
La pincelada que da fin a un cuadro prodigioso.
La felicidad de sorprenderse sonriendo cuando todo parecía perdido.
Tan precisa, y tan perfecta eres en mi imperfección.

Déjame ser el incendio que llama a tu puerta y no apagues nunca mi fuego,
porque pienso avivar el tuyo.
Déjame borrarte los miedos y arroparte los sueños,
porque voy a quererte como si fuese a salvarte la vida.
Deja que te lleve de la mano a todos los sitios que nunca quisieron llevarte,
porque voy a seguir el camino de tus pasos.

Pero quédate,
quédate a ver como me derrumbo por dentro,
cada vez que tus ojos descansan de la vida inquieta en mis pupilas,
cada vez que el reloj marque a deshora,
cuando el otoño remueva las hojas de tu pelo y sea tu casa mi hogar.

Quédate porque quiero que te quedes,
porque quiero justificar las excusas con besos,
porque he dejado de huir en la dirección contraria,
para correr justo al centro del volcán.

Porque sé que el riesgo es mejor que el conformismo,
que la herida late más que el dolor que genera,
y que la vida siempre se esconde detrás de cada muerte.

Porque dan igual los peros,
los muros,
los armarios,
las miradas inquisitivas,
los “qué dirán”,
lo “correcto” o lo “incorrecto”,
el “cielo” o el “infierno”,
mientras quiera gritarle al mar tu nombre.

Porque no me canso de decir “por qués”,
cuando hay un millón de razones
para pedirte que te quedes.