domingo, 3 de junio de 2018

Querida yo.

Querida yo,

Hace tiempo que no te escribo, que no me dirijo a ti directamente,
sin miedo, sin apartar la vista del espejo ni mirarte con el valor y el amor con el que hoy lo hago.

Sé que hemos pasado juntas por unas cuantas catástrofes personales,
pero míranos, las hemos superado todas,
aunque aún a veces estemos intentando lidiar con las secuelas.
Míranos, somos más fuertes que nunca.

Me acuerdo de ti como recuerdo aquella tormenta,
como recuerdo las luces apagadas,
el silencio ensordecedor,
y el agua hasta el cuello.
Te recuerdo tal y como recuerdo al propio dolor,
a las cosas que dejan de brillar porque comienzan a arder.

Y me cuesta combatir estas ganas de volver atrás
y abrazarte con todas mis fuerzas,
para decirte que todo está bien, que todo lo estará.
Que yo sigo aquí aunque no me encuentres en este momento.
Que yo siempre he creído en ti, a pesar de que tú no lo hicieras.

Recuerdo que eras un manojo de nervios,
de días interminables y relojes parados,
un ovillo de inseguridad y auto-desprecio.
Recuerdo tus manos cansadas,
el sonido incrustado en tu pecho,
y todas y cada una de las heridas siempre sanando,
pero sin nunca sanar.

Sé que nos habíamos declarado la guerra,
pero hoy te ofrezco firmar, por fin, la paz.
Hemos ganado, hemos ganado,
que nunca se te olvide que somos como el ave Fénix que siempre resurge de sus cenizas,
y regresa más valiente, más entero, más poderoso.

Eres todo lo que siempre había querido ser, y te aseguro que serás todo lo que te propongas,
no te preocupes por eso, déjamelo a mí.

Ya solo me queda darte aquello que tanto tiempo habías esperado,
que siempre te has merecido,
y tanto te debo:

Perdón.