sábado, 25 de enero de 2014

La música.

Hoy voy a hablar de ese bien tan grande, apreciado y querido por todos nosotros: La música.
No podía tener un blog sin dedicarle toda una entrada a ella, a la que tanto debo.
Sin embargo, la música es algo que no se puede explicar con palabras. Al igual que las palabras no se pueden explicar del todo con música. No puede ser explicada porque es superior a la palabra (ese caos ordenado u orden caótico-como prefiráis llamarlo-de las palabras y la música). Cualquiera diría que la música es simple música y puede que sea verdad. Pero en mi opinión, la música es algo más, es la explicación de lo que no tiene explicación. Trata de explicar lo que ya está ahí: el mundo, la belleza, la razón de las cosas, abarcando todos los sentimientos posibles y engrandeciendo a su vez ese bien tan grande y despreciado como la vida. No hacemos música; explicamos esas cosas.

Admiro a todas esas personas capaces de hacer música, y no sólo hacerla si no sentirla en su propia piel. Esas personas que al tocar se tocan a ellas mismas, justo en el centro del corazón y del alma. Un alma antes inexistente, que se crea y se reinventa con cada nota. Yo, personalmente, utilizo la música para todo, para cuando estoy triste, en cuyo caso me pongo los auriculares, cierro los ojos y contengo entonces la respiración, dejo que mi sangre se haga música, me olvido del oxígeno, llego hasta la pequeña muerte, entregada a la tristeza de las notas más apagadas y los tiempos más lentos y me desgarro. Adoro esa sensación, cuándo toco o simplemente cuando la escucho. Es como escapar de uno mismo por un momento para fundirte con el mundo, con el universo. Muchos músicos han sentido eso cuando tocaban. Es el sentimiento oceánico. A veces, hasta yo misma sentía que el mundo desaparecía mientras tocaba. Entonces sólo había música. La música que alguien había escrito, ya sea cien o doscientos años atrás, pero que de pronto también era mía, sin partitura, sin códigos: sólo música a mi alrededor, debajo de mí, encima de mí, dentro de mí. Y no solamente cuando estoy triste, cuando estoy alegre la música acompaña mi alegría, capaz de multiplicarla tantas veces como sea posible. Cuando me enfado con el mundo, es capaz de sacar toda la rabia de dentro de mí, y en este caso dividirla hasta disolverla en cenizas. En resumen, no hay músicas ni géneros, sino música, la música. ¿Qué sería de mí sin ella? Absolutamente nada, la jodida nada. Es una pena que actualmente todo lo que se escucha en radios y discotecas sume menos música que cualquier jodida nota escrita en anteriores generaciones. Claramente, me equivoqué de época...y de vida.

@MariaTBLennon

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