martes, 14 de abril de 2020

Destierro.

Te he desterrado de mi mente,
a ti, que apagabas mi voz cada noche,
que sonreías a la catástrofe,
que siempre has mirado al caos de frente, y
has invitado a entrar a todas las tempestades que llevaban tu nombre.

A ti, 
que incendiabas todo a tu paso,
que perdías los estribos y las intenciones,
que declarabas desértico el suelo que pisabas.

A ti,
que tejías meteoritos en noches estrelladas,
que salías sin importar si te ibas o te quedabas,
que no tenías principios pero tampoco fines.

Te he desterrado, aunque no sé si para siempre 
o solo para un rato,
pero ahora solo eres una vieja conocida,
la sombra de lo que fuiste,
algo roto y sin sentido.

Eso no quiere decir que no te recuerde,
que no recuerde los gritos pausados,
el filo de tus dedos,
la sal que te curaba.

Pero he olvidado los abrazos a traición,
la mano tendida que no era más que un espejismo,
los mares de incertidumbres.

He olvidado tu risa maníaca, 
tu pelo enmarañado en el desastre.
Tu voz entrecortada,
tus ojos huérfanos de miedo.

Hiciste que me alejara de todos solo para alejarme de ti,
y ahora solo queda una cartilla de deudas pendientes,
de platos sin pagar, 
de objetivos incumplidos,
de cadáveres vivientes en el recuerdo,
y todas las cosas que dejaste por el camino solo por no ser tú.

Te he matado, pero a veces lloro tu muerte,
cuando la vida pesa un poco más que de costumbre,
cuando me siento débil para afrontar mis derrotas 
-incluso posibles victorias-,
cuando me escondo de la inquietud que consiste ser persona de finales ya escritos,
cuando me parezco más a ti que nunca.

A veces, cuando nadie mira, te pongo flores,
porque siempre hay silencios tan enterrados dentro,
que espero que algún día broten palabras de consuelo, 
y no de castigos auto-impuestos.

Te he matado, aunque a veces solo te pongo en pausa, 
y rebobino las partes más dolorosas,
solo para reconocer la estrategia del enemigo,
para ver tus puntos más débiles,
para elegir bien el escudo con el que defenderme de mí.

Al final he pensado que tan solo eres un fantasma, 
un fantasma que siempre estará presente cuando caiga, 
cuando todo funcione de nuevo, 
cuando todo esté funcionando.
   Pero yo elijo qué cara ponerte.

Un vacío que lo inunda y traga todo, 
pero que se muere de hambre si no lo alimentas. 
Que me mira cuando yo lo miro, 
pero no sabe que he cambiado la dirección de la mirada, 
porque lo miro con el triste orgullo de alguien 
que por luchar con monstruos, se convirtió en uno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario