sábado, 21 de septiembre de 2019

Última versión de ti.

Me miro al espejo y poco queda de la inocencia que relucía 
cuando aún era yo quien abrazaba fuerte todas las noches aquel peluche al que tanto quería, 
ahora es el miedo quien viene y me abraza todas las noches a mí, 
cuando eran otros ojos los que miraban, más limpios, más serenos, menos rotos.

Hace tanto tiempo ya que parece que ni siquiera se trataba de mí, 
tan solo una versión que desconocía todo aquello que no se llamase felicidad. 
Sonrío, pero no es una sonrisa, es una cicatriz bien llevada.

Trato de encajarme los huesos en el espejo antes de salir, 
un minuto antes de darme cuenta de que no es que me quiera ir, 
es que ya no sé estar en ninguna parte.

Todos aprendemos en algún punto a vivir hechos de huecos vacíos, 
el problema es que ya no sé donde se encuentran los llenos, 
tampoco sé como llenar los demás.
El primer vacío lo llené de ignorancia,
  el segundo de dolor, 
    el resto solo de indiferencia.

“Yo creía que esto trataba de sentirse vivos, no de no sentir.”
-pienso mientras trato de arreglarme el pelo desaliñado, que no me peino desde hace tiempo-.

Inconscientemente miro mi muñeca, 
pero caigo en la cuenta de que tiré todos los relojes 
el día que supe que de nada serviría la prisa cuando nadie te esperaba.

Camino entre lo que se me antoja como pólvora mojada y platos rotos, 
destino al único lugar que sé que me entiende.
A veces no me siento habitante del mundo, 
pues cuanto más lo necesito, más me aparto de él. 

“¿A dónde ir cuando entre la gente ya no te reconoces?” 
-pienso mientras mis pies caminan como si tuviesen incrustado aquel recorrido 
y la gente pasase a mi lado ajena a cualquier tristeza-.

La culpa resonando en mi cabeza como si se tratase de una vieja canción 
que ha dejado de sonar pero aún tarareas porque la canción duele.

“El ruido de la ciudad ayuda, 
hace que apenas pueda escuchar el de mi cabeza, 
aunque sigue siendo demasiado ruido para tanta soledad”. 
-pienso mientras trato de recordar la última vez que sentí algo parecido a la paz mental-.

“Ojalá nunca sientas lo que es llegar tarde a la vida de alguien”
-me dijeron una vez mientras cerraban la puerta de esto a lo que llaman corazón con un portazo. 
Pero, ¿qué pasa cuándo es tu vida a la que llegas tarde? ¿Y si nunca llegas?-.

Es difícil cuando ni siquiera tienes una meta a la que llegar, 
y ya desacostumbrarse es mucho más duro que acostumbrarse.
Es difícil cuando te encierras en un lugar que ya nadie habita.

Amplio y con una increíble gama de azules aparece ante mí el mar,
por un breve momento siento el éxtasis que se siente al observar las cosas bellas y eternas. 
Y recuerdo todos los momentos que su agua salada supo curarme más que las lágrimas. 

“Respira, que aún queda aire” 
-pensaba mientras me sumergía dejando que las olas inundaran todos mis sentidos. 
El mar siempre tiene un hueco para los que no son de ningún sitio.-

Saco la botella que tenía en mi bolsillo, 
le doy el último trago e introduzco un único mensaje de despedida, 
una carta que flotará en el olvido, 
con suerte, 
alguien en otra parte del mundo lea estas palabras en voz alta convirtiéndolo en recuerdo, 
que es la mejor manera de regresar.

“Me encontrarás mirando el desastre en el que me he convertido”.

Enrollo el papel y lo introduzco con la poca seguridad que me queda en la pequeña botella de cristal.

“Cuando te vayas, recuerda por qué huyes, eso te hará no querer volver.” 
-pienso mientras la arrojo al mar junto con mi último aliento, 
quizá para convencerme a mí misma, 
quizá para darme un último empujón, 
quizá para justificarme.-

Miro al cielo y recuerdo cuando fui una nube, ahora tan solo soy un charco después de la tormenta.

Emprendo el camino de vuelta,
¿vuelta hacia dónde?, 
mientras pienso en el miedo que le tenemos a la muerte, 
como si vivir no hubiese sido ya una experiencia aterradora.

Llego a aquel conjunto de cimientos que sostuvieron mi casa pero no construyeron un hogar. 
Dejo los muebles como estaban, 
reordeno por cuarta vez mi habitación, 
y me enciendo junto a la ventana el cigarrillo de después de haber rociado mi vida con gasolina, 
con la certeza de quien sabe que ya no necesita huir; 
si no desaparecer.

Abro el cajón y me armo del valor que no me queda;

“Tengo balas, pero esta vez son para mí”. 
-pienso mientras aprieto el gatillo-.



“No es cruzar lo que te mata, es lo que dejas tras de ti, que sé con toda claridad que ya no me perseguirá”
-pienso mientras siento como me desvanezco y una botella vaga sin rumbo hacia horizontes que ya no descubriré-.

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