Pena.
El mundo está en completa pausa y yo solo siento pena.
Pena de nosotros,
de lo que fuimos y ya no somos,
de lo que ya nunca seremos,
de todo lo que pudimos ser
y de lo que jamás fuimos capaes.
Siento pena de mí,
de lo que soy y nunca seré,
de las ojeras hasta el suelo,
de las noches sin dormir,
las camas vacías,
y los sentimientos rotos.
Siento pena de mis ojos tristes,
la música melancólica,
y la ventana del tren, que me recuerda que no voy a verte.
Siento pena de mis escalofríos,
de los días sin ti,
de la lluvia que no deja de caer,
y que no para de calarme los huesos.
Siento pena del silencio, de las palabras que ya no escucho, y del vértigo que da mirar hacia atrás.
Siento pena del pasado,
de mi cuello roto cada vez que intento girar, del presente,
y de todo este futuro que se me va de las manos.
Pena de que en algún momento, no sé cuándo ni dónde nuestras manos se unieran tanto que crearon un nudo.
Pena de no saber deshacerlo.
Siento pena de ti,
de lo que eres,
y de lo que ya no podrás ser,
de lo que fuiste,
y de lo que nunca pudiste ser.
Siento pena de tu corazón vacío,
de todas esas barreras que de alguna forma, no me dejaron llenar.
Pena de que faltes y me sobres a la vez.
Del amor que te di, del que pude darte,
del que no recibiste, y del que te doy sin saber.
Del amor que me diste, del que pudiste darme y no hiciste, y del que me das sin que yo lo sepa.
Siento pena de la vida que te di,
y de la que me quitaste.
La que me falta, y no puedo recuperar.
Pena de volver una y otra vez a los sitios donde una vez fui feliz, sabiendo que no te encontraré en ninguno de ellos.
Pena de que se me esté acabando el aire y ya no tenga donde respirar.
Siento pena de mi vida,
por haber perdido otra de las partidas de este juego que no logro comprender,
pero sobre todo
siento pena de la tuya,
por haber perdido y sacado de ella algo más grave, más real y más completo,
una persona que te quería de verdad.
Una persona que siempre creyó en ti, a pesar de ser consciente de que podía romperse a pedazos.
Y aquí estoy, más entera de lo que te crees y menos de lo que me merezco.
Es saber que tus manos nunca estarán sobre las mías.
Que jamás te veré dormir, mientras soplo deseos en tus pestañas.
Jamás me vas a desnudar, de inquietudes ni de ropa.
Que nunca tus labios estarán sobre los míos.
No me besarás en el portal.
Ni pasearemos agarrados por los confines del mundo.
No volverá a aparecer tu rostro tras la puerta.
Ni tu voz acariciando mis oídos tras el teléfono.
Lo duro no es saber que no estás.
Si no saber que no estarás.
Que tu perfume no se quedará en mi ropa.
Ni lo oleré cada mañana en mi almohada.
Que tus pasos nunca se oirán por la cocina.
Ni en ninguna parte.
Que los llevaré clavados tan dentro
que tendré que vivir en un maratón constante para que no me alcancen.
Es saber que tu risa no sonará en cada rincón.
Que tus ojos no me dirán ''ven, que quiero hacerte el amor'',
y deshacerte los miedos.
Ni resonará un relámpago en mi pecho,
cada vez que el tuyo entone un vals para mí.
Que lo duro no es perderte.
Es saber que estaré perdida.
Entre todas tus sábanas.
Que la cama nunca más estará deshecha.
Ni nunca más veré tus pies salirse del colchón.
Es saber que no nos bañaremos juntos,
en todas las playas,
ni recorreremos continentes.
No pisaré tu habitación ni desearé quedarme a vivir.
No querré una vida a tu lado.
Mientras, observo cómo todo se cae.
Que celebraré mis logros a tu costa,
y no brindaremos por nada.
No sentiré tus brazos rodeando mi espalda.
Ni sujetándome en mis fracasos.
Lo duro no es que te eche de menos.
Si no saber que te echaré de menos cada día de mi vida.
Que no empañaremos el espejo con nuestro calor.
No te llevaré a conciertos.
Ni me oirás cantar en la ducha, asistiendo al mío propio.
Las cuerdas de mi guitarra no te escribirán canciones.
Ni toda esta poesía hablará para ti.
Que no será la última vez que escriba sobre esto.
Si no que vendrán muchas más.
Saber que oiré de otros, las palabras que quiero escuchar de tu boca.
Que buscaré tu mirada en otras vidas.
Mientras en la trinchera me acuerdo de ti.
Que las olas habrán roto nuestros nombres grabados en aquella roca,
pero yo los llevo grabados a fuego aunque quemen.
Y sé que habrá paz pero siempre estaré esperando una de tus guerras,
preparada con todas mis armas.
Lo duro no es que te quiera,
sino que no voy a dejarte de querer.
Que nunca pondré tu plato sobre la mesa.
Ni memorizaré cada milímetro de ti.
Que no hundiré mis manos en tu pelo,
ni intentaré despeinarte justo antes de salir,
para que te quedes un rato más.
No voy a prepararte el desayuno,
ni a esperarte con cerveza fría sobre la cama.
Que te veré en todos los lugares donde alguna vez fui feliz,
simplemente porque estaba contigo.
Y abrazaré la misma sombra cada noche.
No ocuparás mi sitio favorito en las cenas de Navidad.
Ni me verás soplar las velas cada vez que cumpla años sin ti.
No nos sentaremos a comentar nuestras películas favoritas.
Mientras nos acurrucamos en el sofá.
Ni las pararemos a la mitad porque nos hayan entrado ganas de nosotros.
No iré a buscarte a la estación.
Ni esperaré ansiosa tu llegada.
No habrán más despedidas, ni tristezas,
ni bucles.
No habrán más discusiones, ni arrepentimiento, ni dolor.
Pero tampoco quedarán más reconciliaciones ni reencuentros.
Lo duro...
Lo duro no es tenerte que olvidar...
sino saber que te olvidaré.
Todo ha cambiado.
Nada es lo de siempre.
Apareces tanto en mis pesadillas que dormir se ha vuelto refugio y prisión.
Y ya no sé si estoy soñando o he entrado en coma profundo.
Lo confieso, no he aprendido a despertar si no es a tu lado.
Con tu risa en la memoria.
Y este vacío que ha llenado todo de nada.
Mis manos han cambiado,
se han vuelto pesadas y frágiles desde que no pueden tocarte.
En mis ojos habita un mar cada vez las olas rompen (contra mí).
He creado un desierto para nosotros,
pero todos los oasis se secaron el día que lo hicimos nosotros.
Me falta la inspiración si no tengo tu boca.
Y me duele saber que me estoy perdiendo cosas de ti.
Que aún no sé a donde van todas aquellas cosas que no nos contamos.
Ni dónde se guardan todas las palabras que quiero decirte,
y que al final se acumulan creando un nudo en mi garganta,
que cada vez ahoga más.
He de aceptar la derrota como he de aceptar que también, hay cosas que nunca cambian.
Como vivir en la incertidumbre de tus pasos,
si vas o vienes,
si te quedas o vuelves a marcharte,
si vuelves...o te quedas donde estás.
Como saberte de memoria y que tú olvides las partes más importantes,
como aquella de luchar por nosotros,
y que se rinda la vida.
Que te olvides de quererme
y amanezcas
esperando respuestas.
Pensando que nada es para siempre pero mi amor si lo era.
Que cambies de opinión cada vez que un planeta se extravía de su alineación.
Que me quieras libre pero bien atada a ti.
Echarte de menos.
Quererte.
Lo dicho, cosas que nunca cambian.
Como tú.
Y darte cuenta que no queda otra que avanzar, y aprender a vivir hechos de huecos vacíos.
A veces pienso que puede que si cierro fuerte los ojos aún pueda sentir tus cosquillas.
Tus manos deslizándose por mi espalda como si recorriesen el mundo.
Tu aliento rozando mi nuca, susurrando las palabras que apaguen el incendio.
O el calor de tu cuerpo abrigándome el alma al salir de la ducha.
Es duro observar como todo se hunde.
Y no hacer nada por evitar tu naufragio.
Tan solo crear barreras mentales inútiles que se destruyen sin previo aviso.
Hacerte un ovillo y entregarte a los recuerdos, como si no fuese a doler.
Ingenua.
Trato de obviar todos mis sentimientos,
que aún cuando no miro cantan bajito -vuelve-, los cabrones.
Y mírame, aquí estoy intentando engañar a la vida para salvarme un poco.
Mintiéndome con cosas como que no es cierto que te eche de menos,
que no, que no te quiero.
Y una serie de gilipolleces más.
Que ni en mil años me creería.
Lo cierto es que todo está cayendo,
y me he limitado a mirar como caen los pedazos,
sin importar que algunos me golpearan sin más.
Quizá deba rearmarlos pero no sé ni dónde empieza ni dónde acaba todo esto.
Sólo sé que solía empezar en tus labios y acababa en los míos.
Ahora todo es tan inhabitable que no consigo encontrar ni un solo lugar donde lamerme las heridas.
Porque estás en todos los frentes, estás en todas las páginas y estás en todos los jodidos libros.
Octubre llegó pegando fuerte, cargado de promesas y sueños rotos.
Se puso el disfraz de héroe con todos tus besos por bandera.
Pero tras la máscara escondía miles de dudas.
Y tan solo resultó ser la realidad que venía para buscarme.
Llegó pegando fuerte, y acabó por partirme los dientes.
Octubre no creía en nosotros, a pesar de que yo lo hiciera.
Quiso apartarnos de golpe, prepararnos para el frío que inundaría nuestras vidas,
haciendo que nos saliese desde dentro.
He creado una hoguera en mi corazón, para refugiarme de las noches sin ti.
Pero arde cada vez que te piensa, y ha acabado por quemarlo todo.
He intentado recoger las chispas, apagar todas las cenizas, pero están por todas partes.
Algunas incluso esperan que algo (tú) las vuelva a encender.
Desde entonces le tengo fobia a las estaciones,
a los trenes que se alejan (de mí),
a verte en todos los vagones.
Mi vida subió aquel día contigo,
y aún no ha vuelto a aparecer por aquí.
No ha encontrado ninguna parada en la que bajarse que no sea en la tuya.
Condenada a vagar bajo los raíles buscando tus sábanas.
Nos veo en todos los amores lejanos,
que se abrazan un minuto antes de separar sus manos a cientos de kilómetros.
Con el calendario bajo el brazo, la tristeza en los ojos y las ganas en los labios.
Contando todos los días que faltan para repetir ese jodido momento, una y otra vez.
Octubre se ha marchado sin despedirse,
y ha manchado todas las despedidas.
Pero no sabe que tener que decirte ''adiós'',
me ha dejado una cicatriz tan profunda en la garganta,
que asoma cada vez que habla de ti...o de mí.
Octubre ha dejado todo roto,
ha roto las fotos,
aquella botella tan llena de mar, en la que acabé ahogándome,
y ahora se desborda en alcohol, inundando toda mi habitación de ti,
pero sin curar nada.
-y aún no he aprendido a nadar en tu recuerdo-.
Ha roto todos los mensajes,
las palabras,
tu voz, ha roto tu voz.
Ha roto este otoño,
y a mí se me están cayendo todas las hojas, si no puedo quedarme a vivir en tus raíces.
Lo has marchitado todo, hasta este poema.
Pero sé que el invierno lo congelará todo, con la esperanza de florecer en primavera.
Octubre ha roto la distancia que nos separaba,
rompiéndonos,
pero rompiéndome a mí.
Ahora paseo por las calles, mientras veo tu sombra,
y pienso que debí haber dado un portazo al salir,
no para saber que me estaba yendo, si no para creérmelo.
Para dejar de jugarme la vida en los andenes,
y comenzar a vivirla.
Para dejar de pelear por causas perdidas,
y encontrarme.
Para dejar de luchar contra-reloj,
y ponerlo en hora.
Aunque nunca más marque la nuestra,
aunque todos nuestros relojes estén siempre desincronizados,
incluso aunque ahora estén parados en el exacto momento que te marchaste.
Siento que me he salido del camino, y ya no estás para guiarme.
Que tengo que construir uno nuevo para empezar sin ti.
Que he de volver al principio para recordar cómo se dormía cuando tú no estabas,
cómo se reía, cómo solía ser.
Que fácil fue romperlo todo,
para después decir ''no quiero algo roto''.
Que fácil estropearlo y rechazar un amor estropeado.
Tenías razón, nos faltaba algo.
Pero no era algo, era alguien: tú.
Lo teníamos todo para ser felices, menos tus ganas de serlo.
Tarde tiempo (y muchas hostias más) en darme cuenta,
de que la oportunidad debía dármela a mí, y no a ti.
Pero vivía en un continuo: ''me equivocaría otra vez''.
Y aún no sé cómo restar tu mitad, a la mía,
para volver a estar completa...
porque nos desgastamos tanto que olvidé recomponerme.
Cuando sabes que se avecina una tormenta cualquier sonido desaparece,
tienes a tu cabeza tronando esperando el rayo que decida partirte en dos.
Sabes que se avecina una tormenta cuando el suelo de tu mundo comienza a temblar pues han reventado todos los cimientos que lo sujetaban,
y de repente te sientes inestable y profundamente desencajada.
Como si fueses a tropezar con sus ojos en cualquier momento.
Entonces no se te ocurre otra cosa que pararte a observarla,
con el universo en una taza de café abrigando tus manos.
Cierras los ojos tan fuerte que supere a la oscuridad que te rodea.
Y deseas que pase,
tan fugaz como todas las miradas perdidas,
como el relámpago que cae y destruye tu hogar.
Dejas que se amontonen todos los recuerdos en tus párpados,
que se proyecten todos aquellos momentos por los que fuiste lluvia y luz.
Y esperas que el mismo viento que te empujó hacia atrás los elimine sin rastro posible.
A veces me gusta escucharlo,
me habla de cielos en los que ya no me encuentro, de ciudades que desenterré y de pieles en las que un día me vi.
Me cuenta muchas historias,
dice que yo antes mataba gigantes,
que luchaba contra los monstruos en tu cuarto.
Dice que tuve cientos de aventuras, que encontré el tesoro escondido, con el mapa que encontré en tu cuerpo.
Que me adentré en la cueva de tu boca y me perdí tantas veces que cuando encontré la salida había envejecido cien años más.
Que crucé cada uno de los laberintos de tu mente y dejé un poco de mí en todos ellos.
Aún no me lo creo,
pero me ha contado que la magia existe, que estaba escondida en todas tus palabras.
Que desapareció el día que dejé de creer en ti.
Y desde entonces todas las hadas del bosque quieren resucitar -como yo-.
Dice que también luché contra el dragón de tu castillo,
que vencí cientos de veces pero siempre resultaba ser más un ave fénix que resurgía de sus cenizas para buscar una nueva guerra.
Cacé tantos fantasmas que a día de hoy tengo miedo, y no he logrado espantarlos.
Encontré realidades paralelas y fuimos felices en todas ellas,
tanto que acabé confundiendo realidad con ficción, y aún me quedan secuelas, pues a veces me parece verte en todas partes.
Al final, ninguno de los dos se rindió y tuve que buscar una paz que nunca pensé que pudiese estar fuera de ti, la mía propia.
Desde entonces no he vuelto a oír de cuentos de hadas, ni de príncipes teñidos de gris, ni de fieras bestias que casi arrancan mi fiereza.
Porque me he dado cuenta de que no todos los finales felices terminan con un "...y comieron perdices", si no que también lo son los "...y supieron decirse adiós a tiempo".
Desde entonces...cierro siempre la ventana, por si un día decides volver.
Hace tiempo que convertí mi vida en un bar de apuestas, jugándome el corazón cada noche, doble o nada. Siempre nada.
Lo siento, hoy no me sale la voz, estoy intentado camuflarme entre tus cosas.
Entre los recuerdos que no te llevaste.
A veces repito aquel dolor en bucle,
me pongo en la misma situación cientos de veces, solo por no olvidar nunca que fue real.
Aunque sea exactamente lo único que quiero olvidar.
A veces no puedo evitar sentir compasión por el ovillo que fui entonces.
El manojo de rabia y llantos.
No puedo evitar ponerme en su lugar y odiar todo lo que me llevó hasta aquello.
Entonces te miro y deseo con todas mis fuerzas olvidar, no repetirlo nunca.
He intentado toda mi vida ponerme en pieles ajenas, convertirme en personas que nunca conocí y aún así han condicionado mi vida en cada momento.
Me he creído el fantasma de amores pasados,
espejo roto que no refleja ni un poco de lo que fue.
Me he puesto el listón tan alto que se me ha ido de las manos.
Y a veces todo quema tanto que siento que va a explotar.
Lo siento,
por ser lo que soy,
por no ser nada más.
Por ser la mitad de un puzzle perdido.
Que ni yo misma he encontrado.
Por ser el sucedáneo en tu vida.
O por creerlo.
Llevo toda mi vida siendo una sombra.
Teniendo miedo de la luz que ha podido asomar en mí,
y rechazándola como si fuese una enfermedad.
Siento ser los restos de lo que me queda.
Aún no sé si me conoces a mí o a los restos del pasado.
Aún no sé si me conozco a mí o he comenzado a desconocerme.
Siempre, siempre,
hay un sustituto detrás de todo lo que hago.
Un doble yo, mi álter ego,
acechando como una sombra,
esperando a que me equivoque e impidiendo que me entregue por completo a cualquier cosa.
Ese que me provoca para luego echarme en cara todos mis fallos.
El que me hace ser precavida cuando tengo miedo.
El mismo que me hace tener miedo.
Siempre está ahí cuando algo me sale mal, pero lo que no sabe es que en la mayoría de veces todo sale mal por su culpa.
Me frena cada vez que algo palpita demasiado aquí adentro y me para la vida tantas veces como golpes llevo.
Es el error, la incógnita, la respuesta y nunca una posible solución.
Es la balanza desequilibrada que me mantiene lejos de mí.
He intentado combatirlo, pero me mantiene tan despierta de la realidad que si acabo con él; asumo que he acabado conmigo.