viernes, 14 de octubre de 2016

Cuentos de hadas.

Cuando sabes que se avecina una tormenta cualquier sonido desaparece,
tienes a tu cabeza tronando esperando el rayo que decida partirte en dos.

Sabes que se avecina una tormenta cuando el suelo de tu mundo comienza a temblar pues han reventado todos los cimientos que lo sujetaban,
y de repente te sientes inestable y profundamente desencajada.
Como si fueses a tropezar con sus ojos en cualquier momento.

Entonces no se te ocurre otra cosa que pararte a observarla,
con el universo en una taza de café abrigando tus manos.
Cierras los ojos tan fuerte que supere a la oscuridad que te rodea.

Y deseas que pase,
tan fugaz como todas las miradas perdidas,
como el relámpago que cae y destruye tu hogar.

Dejas que se amontonen todos los recuerdos en tus párpados,
que se proyecten todos aquellos momentos por los que fuiste lluvia y luz.
Y esperas que el mismo viento que te empujó hacia atrás los elimine sin rastro posible.

A veces me gusta escucharlo,
me habla de cielos en los que ya no me encuentro, de ciudades que desenterré y de pieles en las que un día me vi.

Me cuenta muchas historias,
dice que yo antes mataba gigantes,
que luchaba contra los monstruos en tu cuarto.
Dice que tuve cientos de aventuras, que encontré el tesoro escondido, con el mapa que encontré en tu cuerpo.

Que me adentré en la cueva de tu boca y me perdí tantas veces que cuando encontré la salida había envejecido cien años más.
Que crucé cada uno de los laberintos de tu mente y dejé un poco de mí en todos ellos.

Aún no me lo creo,
pero me ha contado que la magia existe, que estaba escondida en todas tus palabras.
Que desapareció el día que dejé de creer en ti.
Y desde entonces todas las hadas del bosque quieren resucitar -como yo-.

Dice que también luché contra el dragón de tu castillo,
que vencí cientos de veces pero siempre resultaba ser más un ave fénix que resurgía de sus cenizas para buscar una nueva guerra.

Cacé tantos fantasmas que a día de hoy tengo miedo, y no he logrado espantarlos.

Encontré realidades paralelas y fuimos felices en todas ellas,
tanto que acabé confundiendo realidad con ficción, y aún me quedan secuelas, pues a veces me parece verte en todas partes.

Al final, ninguno de los dos se rindió y tuve que buscar una paz que nunca pensé que pudiese estar fuera de ti, la mía propia.

Desde entonces no he vuelto a oír de cuentos de hadas, ni de príncipes teñidos de gris, ni de fieras bestias que casi arrancan mi fiereza.

Porque me he dado cuenta de que no todos los finales felices terminan con un "...y comieron perdices", si no que también lo son los "...y supieron decirse adiós a tiempo".

Desde entonces...cierro siempre la ventana, por si un día decides volver.

No hay comentarios:

Publicar un comentario